viernes, 26 de junio de 2009

Año: 2009 - Luces de Oriente


El fuego bosqueja en otros horizontes paisajes desolados de miseria infinita. Eternas batallas pretenden abatir la conciencia del mundo mientras ilustres líderes se reúnen incansables, discuten, ensayan y proponen; escriben tratados de blancas tintas y componen himnos de armonía.

Pero esto no perturba a los impasibles combatientes; su oído no escucha más que el cantar de los cañones y su vista distingue apenas el matiz de la cruzada escarlata. Aquellas cuestiones van más allá de las letras.

Dos potencias, hermanas por geografía, batallan estoicas mientras inocentes caen uno tras otro bajo la lluvia fulminante. Sus motivos no suponen lógica alguna, la razón será siempre ajena a toda guerra, sin embargo es incomprensible que existiese en este mundo ser u objeto capaz de justificar tal masacre.

Los incontables se esfuman junto con lúgubres destellos entre las bombas israelíes. Palestina responde con otro fútil asalto que no hace más que perpetuar la carnicería. Sus mentes sumidas en penumbra religiosa tan solo buscan reclamar un árido pedazo de tierra apenas apto para consumar vida, cuyo único valor radica en ilusorio dogma.

El fin de este conflicto es por demás obvio. La superioridad física y logística de Israel eventualmente conseguirá devastar la pequeña región palestina. Nuestra impotencia es evidente, los hechos sugieren que tan solo podremos contemplar como la implacable brutalidad humana destaja otra civilización.

Pero que jamás se nos permita olvidar estas siluetas. Aquellos, los que fueron consumidos por fulgores de ignorancia, aquellos, los que perdieron junto con su ingenuidad la vida entre luces y oscuridades, aquellos, los que el viento fundió con las cenizas de su pueblo y aquellos, los que aún deambulan en las desoladas calles del tártaro palestino; los que todavía pretenden estar vivos. Su destino no está marcado, el tiempo apagará la barbarie y allí deberá ser, la humanidad del hombre incuestionable.

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